contempla alma en esta primera estacion
que es la casa de pilato donde fue azotado
el redentor del mundo coronado de espinas
y sentenciado al calvario para el sacrificio
de francisco j renteria beltran
(Viernes Santo de 2000)
«¿Eres tú el Rey de los
judíos?», preguntó Pilato a Jesús. «Mi Reino -le
respondió Jesús- no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este
mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los
judíos; pero mi Reino no es de aquí».
Entonces Pilato le dijo: «¿Luego
tú eres Rey?». Respondió Jesús: «Sí, como
dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar
testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi
voz».
Le dice Pilato: «¿Qué es
la verdad?». Con esto, el Procurador romano consideró terminado el
interrogatorio. Volvió a salir donde los judíos y les dijo:
«Yo no encuentro ningún delito en él» (cf. Jn
18,33-38).
El drama de Pilato se oculta tras la pregunta: ¿qué es la verdad?
No era una cuestión filosófica sobre la naturaleza de la verdad, sino una pregunta existencial sobre la propia relación con la verdad. Era un intento de escapar a la voz de la conciencia, que ordenaba reconocer la verdad y seguirla. El hombre que no se deja guiar por la verdad, llega a ser capaz incluso de emitir una sentencia de condena de un inocente.
El drama de Pilato se oculta tras la pregunta: ¿qué es la verdad?
No era una cuestión filosófica sobre la naturaleza de la verdad, sino una pregunta existencial sobre la propia relación con la verdad. Era un intento de escapar a la voz de la conciencia, que ordenaba reconocer la verdad y seguirla. El hombre que no se deja guiar por la verdad, llega a ser capaz incluso de emitir una sentencia de condena de un inocente.
Los acusadores intuyen esta debilidad de
Pilato y por eso no ceden. Reclaman con obstinación la muerte en cruz.
Las decisiones a medias, a las que recurre Pilato, no le sirven de nada. No es
suficiente infligir al acusado la pena cruel de la flagelación. Cuando
el Procurador presenta a la muchedumbre a un Jesús flagelado y coronado
de espinas, parece como si con ello quisiera decir algo que, a su entender,
debería doblegar la intransigencia de la plaza. Señalando a
Jesús, dice: «Ecce homo!», «Aquí tenéis al
hombre». Pero la respuesta es: «¡Crucifícalo,
crucifícalo!». Pilato intenta entonces negociar: «Tomadlo
vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en
él» (cf. Jn 19,5-6).
Está cada vez más convencido
de que el imputado es inocente, pero esto no le basta para emitir una sentencia
absolutoria. Entonces, los acusadores recurren a un argumento decisivo:
«Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se
hace rey se enfrenta al César" (Jn 19,12).
Es una amenaza muy clara. Intuyendo el
peligro, Pilato cede definitivamente y emite la sentencia, si bien con el gesto
ostentoso de lavarse las manos: «Inocente soy de la sangre de este justo.
Vosotros veréis» (Mt 27,24).
Así fue condenado a la muerte en
cruz Jesús, el Hijo de Dios vivo, el Redentor del mundo.
A lo largo de los siglos, la
negación de la verdad ha generado sufrimiento y muerte. Son los
inocentes los que pagan el precio de la hipocresía humana. No bastan
decisiones a medias. No es suficiente lavarse las manos. Queda siempre la
responsabilidad por la sangre de los inocentes. Por ello Cristo imploró
con tanto fervor por sus discípulos de todos los tiempos: Padre,
«Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad» (Jn
17,17).