En este cuadro, la luz y la sombra están estrechamente entrelazados. Una fluctuación de la una a la otra se lleva a cabo, generando una atmósfera tenebrosa, llena de efectos misteriosos. Pero más que esto se logra: por la luz fluctuante de la figura está expresamente relacionado con el espacio circundante, y el propio espacio se introduce en la representación. Se convierte en un medio dinámico y vivo. Espacio y figura en el arte de Rembrandt ahora comparten una existencia inseparable y son igualmente expresivas. En este punto de su desarrollo Rembrandt ya era capaz de usar el claroscuro para dar a la atmósfera tanto visual y un significado espiritual.