Fray Diego Durán detalla el sacrificio de niños en la cima del Monte Tláloc , para el mes de Uey Tozoztontli. Era una celebración afamada en toda la cuenca de México, porque a ella asistía la clase gobernante.
Enderezábase esta fiesta para pedir buen año, a causa de que ya el maíz que habían sembrado estaba todo nacido. Acudían a celebrarla –como dije– el gran rey Motecuhzoma, al monte referido, con todos los grandes de México, de caballeros y señores, y toda la nobleza de él venía... Para los cuales señores se hacían grandes y vistosas chozas y ramadas, conforme a la calidad de las personas pertenecían, de tan poderosos reyes y señores y tan temidos y reverenciados, haciendo para cada rey y parcialidad, en distintos lugares del monte, casas pajizas, con sus retretes y apartados, como cosa que hubiera de ser durable, y todos a la redonda de aquel gran patio que dije había en lo alto. De donde el día, luego en amaneciendo, salían todos estos reyes y señores, con toda la demás gente, y tomaban un niño de seis o siete años y metíanlo en una litera, por todas partes cubierto, que nadie no le viese, y poníanlo en los hombros de los principales y, puestos todos en ordenanza, iban como en procesión hasta el lugar del patio, al cual lugar llamaban tetzacualco. Y llegados allí, delante la imagen del ídolo Tláloc mataban aquel niño, dentro en la litera, que nadie no le veía, al son de muchas bocinas y caracoles y flautillas. Mataban este niño los mesmos sacerdotes de este ídolo. Después de muerto (el niño), llegaba el rey Motecuhzoma con todos sus grandes y gente principal, y sacaban un aderezo y rico vestido para el ídolo y, entrando donde el ídolo estaba, él mesmo con su propia mano le ponía en la cabeza una corona de plumas ricas y luego le cubría con una manta, la más costosa que podía haber y galana, de muchas labores de plumas y figuras de culebras; en ella poníanle un ancho y grande braguero ceñudo, no menos galano que la manta, echándole al cuello piedras de mucho valor y joyeles de oro; poníanle ricas ajorcas de oro y piedras y a las gargantas de los pies, y juntamente vestía a todos los idolillos que estaban junto a él. Acabado Motecuhzoma de vestir al ídolo y de ofrecer delante de él muchas y muy ricas cosas, entraba luego el rey de Tezcoco Nezahualpilli, no menos cercado y acompañado de grandes y señores y llevaba otro vestido a la mesma manera y aun si en algo se podía aventajar, se aventajaba, y vestía al ídolo muy costosamente y a los demás idolillos, excepto que la corona no se la ponía en la cabeza, empero colgábasela al cuello, a las espaldas y salíase. Entraba luego el rey de Tlacopan con su vestido y ofrenda y, a la postre, el de Xochimilco, acompañado con todos los demás, con otro vestido muy rico... Acabadas todas estas cerimonias bajábanse todos al poblado a comer, porque no podían comer allí en aquel lugar, teniendo en ello superstición y agüero. Y así, acá en los pueblos cercanos tenían muy bien aderezada la comida, con mucha abundancia y suntuosidad, conforme a reyes y príncipes y grandes señores, volviéndose cada uno a su ciudad.
Cuando alguno de los reyes estaba impedido por alguna urgente necesidad, que no podía ir en persona, enviaba su lugarteniente o delegado, con todo el aparato dicho y ofrenda, para que ellos en su nombre lo ofreciesen e hiciesen todas las demás cerimonias que hemos contado. Lo cual todo concluido, constituían una compañía de cien soldados, de los más valientes y valerosos que hallaban, con un capitán, y dejábanlos en guarda de toda aquella rica ofrenda y abundante comida que allí se había ofrecido, a causa de que los enemigos, que eran los de Huexotzinco y Tlaxcala no la viniesen a robar y saltear.
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