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lunes, 1 de agosto de 2011

le mont st michel francia




Dos veces al día el Mont Saint-Michel se convierte en isla por obra y gracia de las mareas; las más fuertes de Europa, capaces de dejar al descubierto distancias de hasta 15 kilómetros y de poner en peligro a los infelices que no tengan muy presente la rapidez de sus crecidas. Hoy una carretera hasta los pies de la roca permite acceder a cualquier hora hasta este risco escarpadísimo, pero en la antigüedad sólo podía llegarse a él en barco, cuando las aguas subían, y caminando cuando volvían a descender. El agua fue siempre la mejor defensa de la que se valió este emplazamiento crucial en la Edad Media, reforzada por las fortificaciones que fueron añadiendo a lo largo de los tiempos quienes lograron ser sus dueños y señores.

El paseo por sus murallas, torres y bastiones regala las mejores perspectivas de la bahía y, también, se erige en el más honrado mirador desde el que pulsar la fuerza y la velocidad de una de las mayores mareas del mundo, con hasta 14 metros de diferencia ente la pleamar y la bajamar.

Monasterio, ciudadela y hasta prisión a lo largo de los siglos, la historia del Mont Saint-Michel arrancó hace exactamente 1.300 años, cuando en una noche de octubre del 708 el arcángel San Miguel se le apareció al obispo de Avranches, ordenándole levantar un santuario sobre este islote de granito de apenas 900 metros de perímetro y 80 de alto en mitad de una bahía atravesada por tres ríos y en los lindes de lo que sería la frontera entre los ducados de Bretaña y Normandía.

Dos siglos más tarde los duques de esta última región erigieron una iglesia y, poco después, se instaló en ella la orden benedictina, convirtiendo su nueva abadía en un foco cultural y espiritual que iría incrementando su influencia por toda la cristiandad. Destruida por un incendio aquella iglesia románica, la construcción que la sucedió ya lucía los esbeltos perfiles del nuevo estilo arquitectónico que se imponía en la época: el gótico.